viernes, 20 de abril de 2012

Aire de Roma andaluza, por Francisco Rodríguez Adrados

Catedral de Sevilla


"Aire de Roma andaluza le doraba la cabeza", dice Lorca, con esa adivinación propia de los poetas, en su llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Andalucía, esto es, la Bética, era la más brillante de las provincias romanas de Hispania. Dió a Roma pensadores, poetas, emperadores. Y en Sevilla desde el siglo XIII, en Granada desde el siglo XVI, los reyes de Castilla volvieron a romanizar Andalucía. Encontramos ahora en ella nobles que hablaban latín como el conde de Tendilla, gobernador de Granada, sabios como Nebrija, que modeló sobre la latina la gramática española, prelados,
predicadores, artistas, poetas latinizantes como Herrera o Góngora; el palacio de Carlos V al lado de la Alhambra, y tantos palacios, tantas catedrales. Todo derivado, en última instancia, de la cultura antigua en simbiosis con la cristiana.

Pero el tópico es el de la Andalucía musulmana. Cuando en noviembre del año pasado fui a Córdoba a inaugurar un congreso que conmemoraba el segundo milenario de Séneca —que tenía tres almas, turdetana, griega y latina— hablé de la Córdoba romana y cristiana, con su puente, su foro, sus templos, su vieja catedral de San Vicente, sus escuelas de retórica, sus familias patricias, y de la continuación de todo ello en los mozárabes cordobeses. Ni un representate de la Junta de Andalucía ni una autoridad de Córdoba acudió. Y los periódicos me atribuyeron lo de la fusión de las dos culturas. Yo solo hablé de una, sin negar la otra, por supuesto. Pero no estaba "en onda". Si el tema hubiera sido musulmán o judío, habrían venido todas las autoridades.

¡Qué poco se recuerda el pasado romano, y al tiempo griego y al tiempo cristiano, de Andalucía! Nada extraño si hasta para la totalidad de España Américo Castro se inventó aquello de que derivaba a partes iguales de las tres culturas, cristiana árabe y judía (de griegos y romanos apenas si hablaba).

Las aportaciones árabes y judías no son desdeñables, sí minoritarias. Y volvieron a introducir elementos griegos y romanos que traían absorbido. Yo he escrito que el domino musulmán en España fue una rehelenización y una romanización renovada.

La cultura árabe se creó en el Oriente, en Siria, Palestina y Egipto, bebiendo de la cultura griega fundida allí con las orientales. En Damasco y Bagdad aprendieron los árabes infinitas cosas de los griegos: botánica, medicina, astrología, filosofía, arquitectura. Sus principales filósofos, como Averroes y Avicena, también el judío Maimónides, son fundamentalmente comentaristas de Aristóteles. También sus poetas cuando cantan el amor sensual a la bellas y los efebos, el vino, la melancolía y el escepticismo, nos recuerda a los poetas griegos de Siria y Egipto. Como la literatura sapiencial judía tiene raíces dobles, no sólo hebreas, también grecolatinas.

Los árabes organizaron la administración del Al Andalus sobre el modelo de la visigótica. Se construyeron sus castillos y palacios, sus mezquitas, sus baños y canales de riego, sus ciudades sobre el modelo romano y bizantino. Griegas y romanas, con algunas florituras añadidas, son las columnas de Medina Azahara; otras las arrancaron a los templos paganos o cristianos y las plantaron en la mezquita cordobesa.

Y Bizancio y Oriente continuaron inspirándolos. A Bizancio hubieron de encargar el mihrab de la Mezquita de Córdoba. Y cuando Abderramán III recibió un Dioscórides como regalo de Constantino Porfirogénito, tuvo que pedir un traductor a Bizancio: en Córdoba nadie sabía griego. De oriente vinieron todos estos textos griegos traducidos al árabe que luego los judíos vertieron al latín en el Toledo Cristiano.

A través de los árabes llegaron, así a Andalucía elementos culturales procedentes del Oriente griego, romano y bizantino. Se encontraron aquí con otros elementos (los mismos a veces) de igual origen, que aquí se mantenían vivos. Por dos vías llegó a Andalucía y a España la antigua cultura grecolatina. Esta es la historia.

Antes, la Bética había sido el florón de la Hispania romana.
Tenía semillas de cuando los antiguos griegos comerciaban con Tartesos y prestaban a los iberos y los turdetanos su alfabeto y ofrecían un modelo a su arte: de la dama de Elche a los relieves de Porcuna que ahora han podido verse en Barcelona, todo es arte griego provincial. Luego, con los romanos, llegó una segunda helenización; luego, con los árabes, ya he dicho, una tercera. Y con los cristianos, una cuarta.

Tantas palabras nuestras, llegadas a través del árabe, son en su origen, griegas: del albérchigo a la alquimia y el alambique, de la fonda al albéitar, del arroz a la acelga y a la guitarra.

Hubo, cual un paréntesis, el episodio de la Bética violada por los vándalos, que la dejaron el nombre de Andalucía, como ciertos maridos que abandonan a sus mujeres les dejan su apellido en Francia o Inglaterra. Y vinieron los árabes: unos pocos miles, algunos beréberes más. La población hispano-romana era (y es) la dominante. Resistió un tiempo en sus creencias, luego perdió su religión y su lengua.
Ya se sabe, el musulmán estaba exento de la capitación. ¿Cuántos no cambiarían de religión si con ello se libraran de la contribución sobre la renta? Pero algunos fueron fieles, luego, hasta el final. Y sus descendientes se encuentran, hoy, en Marruecos y Túnez.

Ya no se dice Bética sino Andalucía y el Betis es hoy el Guadalquivir, "el Gran Río" ("Oh gran río, gran rey de Andalucía", cantó Góngora). Queda el Guadiana, el Anas de los romanos. Y Córdoba. Y tantos nombres más. Y cuando se da un golpe de azada o de tractor, salen a la luz los más ilustres bronces romanos con decretos y edictos, las más bellas esculturas. Pero queda, sobre todo, una herencia que ha permanecido viva y que árabes y cristianos no han hecho sino reafirmar. Está viva en el mismo temple y humanidad de las gentes. Y cuando vemos las vírgenes y las procesiones incomparables nos viene a la memoria la procesión de Isis de que se nos habla en relación con el martirio en Sevilla de las Santas Justa y Rufina.

Pero no es sólo Sevilla. Ahora he estado en Granada, también inaugurando un congreso de tema latino, nada menos que sobre los metros de los poetas de Roma. Granada era una Florentia Illeberritana: una Florencia que continuaba a una ciudad ibérica. Su foro se descubrió en el siglo XVII. Y en su museo, como en los de Córdoba y Sevilla (y en los de Cádiz y Jaén y tanta otras ciudades andaluzas), quedan abundantes testimonios de la herencia romana.

Cierto que para los más Granada es la Alhambra y que la Alhambra es, qué duda cabe, el más espléndido de los palacios árabes. Pero (nos decía Fermín Camacho, el concejal de cultura de Granada, este sí daba la cara), ¿qué es la Alhambra sino una mansión romana, con su peristilo que es el patio de los leones, con su juego de edificaciones cubiertas en la cabecera de los patios, sus alcobas y estancias en torno, con el agua, las flores? Es, he dicho alguna vez, una Pompeya árabe. Y los jardines de Andalucía, los célebres jardines que dan nombre a los más ilustres de Marruecos, son, en definitiva, jardines romanos.

No se trata de desdeñar a nadie, cada cual ha jugado su papel en la historia. Pero hay que hacer hablar a los hechos, olvidar las generalizaciones erróneas, los tópicos manidos, los complejos. Griega y romana y cristiana en la base y la espina vertebral de Andalucía. El poeta lo adivinaba. Porque también su sentido de la vida y la tragedia tenía mucho de griego y de romano y de andaluz al mismo tiempo.
 Francisco Rodríguez Adrados
ABC, 16 de juio de 1998

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