jueves, 13 de agosto de 2009

Cudillero y Luarca


Gontzal Largo.-

Todo comienza en El Pito, una sencilla villita rural en la que, parece, el espacio-tiempo ha gastado una exquisita broma, transportando hasta acá un fragmento de la Italia del Renacimiento y otro de la Francia versallesca. El agradable dislate es el conjunto palaciego de Los Selgas. Lo componen unos refinadísimos jardines habitados por un ejército de estatuas, una iglesia de moda neorrománica y, lo más importante, un palacete en cuyo interior -amén de otros lienzos, lujos e historietas vinculadas a la saga de los Selgas- hay un Goya y un Greco.

Apenas un kilómetro al norte -tras descender por una pronunciada cuesta- se levanta Cudillero, pueblo pescadero, pescador y marinero que es el mejor contraste que uno puede imaginar al suntuoso mundo de los Selgas. Cudillero es tan bello que nunca le han sobrado los pretendientes ni los escribientes que lo defienden como el más bello pueblo del litoral Cantábrico.

Puede que, en su caso, sea cierto. Cudillero está formado por un gran anfiteatro de casas coloreadas con la mirada puesta no sobre un escenario, pero sí sobre el mar de sus amores, principal motor económico de la localidad durante siglos. Su fenomenal aspecto es fruto de las circunstancias, la improvisación y una economía mirada: con aquella pintura que sobraba tras acondicionar los barcos de faena, los pescadores decoraban sus casas, de ahí que el Cudillero de diario vista tantos colores como su puerto pesquero. La gente que aquí arriba lo hace para subir y bajar cuestas y escaleras, pasear hasta el faro y, por supuesto, dar fe de las calderetas de pescado y los frutos del mar cocidos.


El Mundo

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